viernes, 25 de octubre de 2013

CRÓNICAS DE UN VIAJE ANUNCIADO. El camino Nipón. Versículo 13


A estas alturas, no debería hacer falta explicar que este no es un blog de viajes, por si acaso, este no es un blog de viajes, es un blog de mí, de me, de conmigo.

Es una página en blanco, una que ni siquiera existe, una que no es sino un conjunto de bits que vagan por algún lugar del ciberespacio. Una página en blanco que relleno de pensamientos con el único fin de entenderme.

Digo esto porque voy a hablar de viajes, de uno en concreto, que comprende dos, que terminó la semana pasada y que todavía me tiene desorientado.

Digo esto porque no voy a hablar de lugares ni a recomendar restaurantes.

Digo esto porque voy a hablar de mi experiencia, a dar una opinión total y absolutamente subjetiva, parcial... intrascendente.

Digo esto porque muchas veces, lo que escriba no tendrá en absoluto que ver con el viaje, o no con el concepto de desplazamiento físico.

Robando sueños
Versículo 13. Los milagros existen. Estaba en un tren cuando me dí cuenta de esta obviedad. Hasta ese momento, hasta ese vagón, lo habría negado, ahora soy consciente de que ocurren de manera natural, cada día, a cada instante.

Los milagros existen. Sino no sé explica que tanta dulzura quepa en una mirada.

Los milagros existen como existen los superlativos y los diminutivos, igual que puedo escribir guapérrima o princesiña, puedo afirmar que en aquel vagón ocurrieron milagros. Y nadie multiplico panes ni peces, no.

En aquel vagón ocurrieron milagros, que de pura cotidianidad pasaban desapercibidos.

Postulo que esto ocurre cada día, pero como a tantas otras cosas importantes, no les prestamos atención.

Aquel tren recorrió el trayecto que separa Miyajimaguchi e Hiroshima, a mi derecha, sentado, compartiendo mi banco, un amigo, alguien a quién hace años que conozco. Alrededor, desconocidos, algunos autóctonos, otros foráneos.

Que posibilidades había, en un mundo de 7000 millones de habitantes, de que la vida de todas esas personas se cruzaran con la mía. Que posibilidades hay de que aquello ocurriera justo en ese vagón. 

Y mientras en mi mente desmontaba y volvía a montar el concepto de milagro, como siempre sobraron piezas, miré, atónito, a las personas que allí estaban, sin dejar de pensar en la tremenda casualidad que suponía que todos nuestros caminos se cruzaran en ese punto y no en ninguno, o en otro.

Algunos bajaban la mirada, otros la mantenían, unos cuantos estaban dormidos y algunos simplemente estaban. Si me preguntáis a mí, creo que todos estábamos allí por un motivo, aprehender juntos. Cada uno aportando su particular experiencia vital, sin decirnos nada, el simple hecho de compartir habitáculo nos hizo, a todos, un poco más sabios.

Los milagros existen, cada respiración, sus consecuencias, cada iteración, sus consecuencias, el mero hecho de estar vivos, el mero hecho de ser conscientes de ello. Los milagros existen, de otro modo no se explica que superlativos y diminutivos sean exactamente lo mismo, de otro modo no concibo que me regalen esa mirada.

Los milagros existen.