sábado, 13 de junio de 2015

Sustancia Mineral

Hoy quise saber sobre el destino, así que decidí preguntarle a una piedra.

La muy estúpida ni siquiera se dignó en contestarme, así que la levente con una mano y henchido de rabia la lance al pantano en cuya orilla nos encontrábamos.

Puede que esa maleducada piedra aun descanse en el fondo de ese amurallado río, puede que ahora mismo este cubierta de lodo o de algún subacuático musgo. Puede que su superficie albergue vida.

Vida que alimenta otras vidas, vida que oxigena.

¿Era ese el destino de la piedra o el mío propio, quizás el de ambos? Servir de soporte vital y convertirse en el dios del limo.


¿Pudimos elegir?

¿Podría la piedra haber contestado o yo haber sido racional?

Podríamos, quizás en otro universo, en otra dimensión, así fue. Podríamos.

Lo único cierto es que en el lugar en el que tu lees y yo escribo no tuvimos alternativa, lo que pasó, pasó, y no pudo pasar de otra manera, de haber sido diferente no estaríamos aquí.

El destino debe pues ser el límite, la frontera que hace de infinitas opciones nuestra opción, de infinitos universos el nuestro.

El destino es ese impulso energético que hace que exista una realidad que podamos interpretar.

El destino es ese impulso energético que hizo que tus pasos y los míos se juntasen.

El destino es eso que nos obliga a existir.

El destino es serendipia, es lo único.