jueves, 6 de diciembre de 2012

EN EL CUARTO DONDE AQUELLA VEZ TE QUITABA LA ROPA


K. Romero escribió una vez “todavía existen momentos, pocos eso sí, en los que apago mis ojos y dejo que me auscultes el alma” ahora me encuentro ante la vicisitud, ante el dilema...

Como explicar que esos momentos pasan, transcurren, cuando te escribo sin esperar respuesta...
(tal y como lo estoy haciendo ahora)

Cuándo a propósito, con somnolencia y alevosía, espero a que tú estés dormida...

Y entonces...

Justo en el momento en el que una lágrima de sueño me recuerda que mis ojos quieren dormir y un inexistente olor a hojas de adormidera inunda este cuarto (donde aquella vez te quitaba la ropa)...

Justo en ese momento, mis dedos desobedecen, y no... no quedan filtros de racionalidad, en ese momento me despojo de todo lo que me viste, también de la ropa, y encuentro la más sincera respuesta que habita dentro de mi.

Y si me mantengo despierto hasta ese momento, si un irracional instinto decide juntar letras sin más, es porque me conoce demasiado bien, porque sabe que me gusta pensar que, juntar letras es la manera que tengo para esbozar, en esa cara, en esos alunados ojos (esos que ahora me leen) una sonrisa... 

Y eso, una sonrisa tuya, eso si es un buen amanecer, uno que hace que todas las somnolientas y saladas lágrimas merezcan la pena, que desnudarse para escribir valga la pena...

Que todo valga la pena...

Menos mal que tu sonrisa vino a arrasarlo todo.

La dueña de una flor (Erase una vez)
Y mentiría si no dijera que en ese momento, me gustaría, más de lo razonable, compartir el espacio que queda entra la manta y tu sofá...

Aunque solo fuera para, mientras duermes, dibujar con mis dedos sueños en los bucles de tu pelo, aunque solo fuera para estar....

Quizás solo fuera para estar...

Quizás para dejarme dormir, para dejarme mecer en los brazos de aquel al que tu llamas Morfeo, puede que tenga suerte y me deje soñar contigo, como cuando despierto oscurezco mi verde mirar y dejo que me desconectes del mundo.

Quizás tenga suerte y amanezca tu sonrisa despejando nubarrones.

O quizás la suerte sea la certeza de saber que he ganado.

Menos mal que tu silencio vino a arrasarlo todo.

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