viernes, 22 de marzo de 2013

SUEÑOS DE VIAJES IMPOSIBLES IV. Si quieres, te llevo a caballito


...pero así fue, este ser humano deconstruído, no descarto la posibilidad de que se tratase de un zombi bien conservado, nunca quiso ver conmigo a 22 homínidos corriendo detrás de  un esférico, su único interés consistía en conseguir un zumito, una silla, una mesa para apoyarse y... un hueco en la mesa de la Encarna, al fondo a la derecha, frente a la puerta de los servicios...

Este detalle, lo descubrí gracias a una imperiosa necesidad de miccionar, seguramente provocada por el innecesario abuso del zumo de cebada con el que maride aquella hamburguesa moruna, que de repente, y sin previo aviso, me invadió. No me malinterpreten, no es que a mi me guste la cerveza, ni que me deje llevar por el vicio, es que en aquel chiringo los botellines se encargaba de abrirlos la pequeña, recuerden, la no madre de mi no hijo, con un mechero, y debo serles franco, me sorprendió tanto que ya estará allí cuando yo llegue vía aerobus como la hipnótica habilidad con las que los abría.

No quisiera ceder a la tentación de embarullar esta historia con datos innecesarios, el meollo de la cuestión es que, después de una pelea con la puerta, endiablado diseño el del deslizado en sentido vertical, y con el miedo a que la misma cayera sobre mi cabeza mientras pasaba por debajo, entre al mingitorio.

Jamás había visto un baño tan grande, sin exagerar tenía el tamaño de un campo de fútbol, solo que sin césped ni grada, si no me creen se lo pueden preguntar al arbitro y a los dos jueces linea que allí estaban. Aquello me desconcertó tanto que decidí mear al calor del dulce vaivén del dulce mar, pero al girarme, la deslizante y vertical puerta cayó impidiendo mi retirada. Para más inri, no tenía manilla por el lado interior, ha cambio tenía las instrucciones de aquel baño.

“La salida y el retrete encontrarás al final de camino de baldosas amarillo limón.
PD: Usa la escobilla”

Preste atención al policromático y embaldosado suelo de aquella estancia y descubrí, por suerte para mí masculina percepción del color, que las únicas baldosas amarillas, la verdad que ese apellido limón había conseguido intranquilizarme ya que la necesidad apremiaba, se disponían desde la puerta en L, como si un ajedrecista caballo las hubiera colocado.

Una hora y casi siete mil baldosas después, orgulloso de mi forma física y de la capacidad de mi vejiga, llegue a aquel pulcro y amarillo retrete...no sé el tiempo que estuve frente al mismo, pero recuerdo la placentera sensación de vacío, entonces, tiré de la cadena... sin duda alguna debí pulsar el botón, pero me pudo la nostalgia, sinceramente pensé que era un servicio retro, a la moda, pero no...

El puente sobre el río Guadiana
La cadena no desencadenaba una pequeña e higiénica cascada de agua, no, la cadena provocaba que aquel baño se replegara sobre sí mismo hasta convertirse en un ascensor, mi absurda lógica se sintió, perpleja, abrumada y compadecida, ante las extrañas habilidades de mi imaginación .

Al menos, aquel ascensor era bastante normal, o eso creía yo, con su luz fluorescente y su espejo en el fondo. La primera peculiaridad que note es que solo tenía un botón, igualmente me extrañó que estuviera ubicado al fondo, a una altura que debería rondar un metro desde el suelo, en la parte izquierda del mismo. Fue al acomodarme en el sofá que había bajo el espejo, cuando descubrí que aquella ubicación era la más práctica posible.

Debí haber esperado más antes de pulsar aquel botón, debí haber disfrutado más de aquel cómodo sofá, pero no lo hice, nada más sentarme lo pulse, y entonces, el ascensor giro 90 grados hacía atrás, convirtiendo en suelo el espejo y el sofá, y comenzó un vertiginoso ascenso durante el que fue desmembrándose. La puerta reconvertida en techo, las paredes, el suelo reconvertido en puerta, en apenas una treintena de segundos de aquel ascensor sólo quedaba el fondo, con su espejo y su sofá, reconvertido en suelo.

El ascenso duro unos tres minutos, o eso me pareció a mi, la barba de dos semanas que creció durante el mismo se empeña en llevarme la contraria, y me pareció sorprendentemente tranquilo, salvo por la borrasca de mosquitos, para el precario medio de transporte en el que me hallaba, sin duda, lo peor vino al final.

Sin más, el ascensor detuvo su infrasónico ascenso y giro otros 90 grados, recobrando el fondo su función original y lanzándome fuera del inexistente habitáculo con una fuerza desmedida, temí lo peor, sin duda tuve suerte, mucha suerte, o será que todo termina dónde empezó o que empieza cerca del final, porque aterrice en aquel castillo inflable que estaba junto a la rubia en la playa de arena rojiza y agua dulce.

Muy a mi pesar, ella ya no estaba allí, sin embargo, a una decena de metros de la orilla, dentro del dulce agua, había credo un puesto de mercadillo, gitana incluida, que ejercía de ropero para bañistas incautos, como era mi caso, que nunca sabían que hacer con la chupa de cuero...

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