viernes, 17 de agosto de 2012

SUEÑOS DE VIAJES IMPOSIBLES. La lógica de lo absurdo


Estaba deseando salir de aquella maleta, jamás me había sentido tan incómodo dentro de una como aquella vez, ¿quién fabricaba maletas forradas de skay? Y no, no era la primera vez que viajaba de polizón entre pertenencias ajenas, llevaba años ahorrando en mis viajes a costa de utilizar mi peculiar método de transporte, no te permitía elegir destino pero sí conocer la increíble variedad de artículos que la gente puede llegar a considerar imprescindibles...

En cualquier caso, ese no es el tema, como decía, jamás había estado tan incómodo dentro de una maleta como lo estaba en aquel viaje, seguramente por la instranspirabilidad de aquella plástica piel de mercadillo, para ser justos, debo decir que me sorprendió la flexibilidad de aquel contenedor, casi diría que era cómodo hasta que mi humana humedad se apodero del ambiente.

Generalmente, suelo escoger para mis viajes las maletas más confortables, las más grandes, de vivos colores, las que huelen a nuevo; aquella no cumplía con ninguno de esos requisitos, y sin embargo, no pude evitar elegirla. Mi atención se sintió, irremediablemente atraída, por el juego de palabras que anunciaba la pegatina con la se mantenían unidos varios pedazos de su raído exterior: http://tintastontas.blogspot.com.es/

¡Cómo iba a suponer yo hacía dónde iba el tren en que me acaba de colar! de haberlo sabido, habría pagado gustoso mi billete.

Sin duda lo más curioso de nuestro destino era su sistema de transporte ferroviario, me costo casi tanto entender su funcionamiento como el nombre del país. ¿Quién puede acordarse de una nación que se llama

A lo que iba, su sistema ferroviario es particular, tan sólo tiene de una centena de metros de vía construidos, justo los necesarios para albergar a los dos trenes, uno de ida y otro de vuelta, que descansan sempiternos en la estación central, única en su especie y en el reino.

Por más que me esforzaba no lograba entender nada, no había ningún cartel indicativo de destinos ni horarios, ni ninguna taquilla dónde comprar el billete, sin embargo, había visto a la mecenas de mi viaje subir en el tren de ida y desaparecer, armado de valor, decidí entrar en el tren de vuelta y... no paso absolutamente nada.

Perdí unos quince minutos mirando el deambular de la estación, a través de una ventanilla del vagón en el que había tomado asiento, hasta que un niño, de aspecto inocente y dos dientes picados, demasiadas chucherías probablemente, que además, resulto ser el jefe de la estación, me pregunto si necesitaba ayuda.

Mi primera cuestión fue tan obvia como su respuesta ¿ hacía dónde va este tren?

Con la cara descompuesta por lo absurdo de mi pregunta, el niño vaciló un segundo madurando su respuesta, finalmente me sonrió pícaro, casi con sorna, ese tipo de sonrisa que se regala a un turista que pregunta por la calle en la que está.

-Señor, está usted en el tren de vuelta, no va hacía ningún lado-

Fue justo en ese momento cuando todos mis esquemas mentales se deshicieron en los cuatrocientos trece pedazos que conforman, la lógica de lo absurdo...

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